Historia

Desde la primera comunidad de Jerusalén, hasta nuestra época, la Iglesia “ha tejido una espléndida guirnalda de amor hacia todos los débiles, hacia todos los pobres, especialmente hacia los enfermos” (1 Cfr. Religiosos al servicio de los enfermos. J. Alvarez Gómez, Madrid 1982; pag. 17-45. Una óptima información en quien se inspiran estas líneas). Es consciente de que su misión incluye, por mandato de su fundador Cristo, la preocupación de la diakonía por los que sufren.

Durante los tres primeros siglos de nuestra era, marcados por una situación de persecución permanente e ilegalidad. Los cristianos no podían tener instituciones públicas para la asistencia a los enfermos, que tampoco existían en la sociedad imperial. El imperio romano no organizó establecimientos hospitalarios al margen de la asistencia prestada a los soldados heridos o enfermos. Se consideraba esta actividad como despreciable, propia de esclavos.

En oposición a filosofías despreciativas del cuerpo (“El cuerpo, cárcel del alma”, Platón), la fe cristiana afirmará con Tertuliano (160-220): “Caro cardo salutis” (la carne es el cárdine de la salvación).

A pesar de las persecuciones, los cristianos organizaron de un modo eficaz la asistencia individualizada a los pobres y enfermos a domicilio. San Justino (100-165) comenta que en los domingos hacían colectas para la atención de los pobres y enfermos. Con los diáconos y diaconisas aparece, por primera vez en el mundo, una organización caritativa totalmente desinteresada al servicio de los pobres y enfermos. Antes de administrar el bautismo a los catecúmenos se les preguntaba por su atención a los enfermos, condición indispensable para aceptarlos al seno de la comunidad.

San Cipriano (258) consideraba las acciones cristianas como “Las obras de nuestra justicia y de nuestra misericordia”.

En las primeras comunidades no faltan los médicos cristianos. San Lucas evangelista era médico (Cfr. Col. 4,14). Alejandro el Frigio y Zenobio fueron médicos mártires. San Cosme y Damián fueron también médicos martirizados, llamados “anárgiros” (sin dinero) porque no cobraban por sus servicios. Teodoro de Laodicea fue obispo y médico, según el testimonio de Eusebio de Cesarea. En torno al año 350, San Basilio el Magno de Cesarea dirige palabras de elogio a su médico Eustacio (Cfr. Epist. 189 Nº 1).

Esta solicitud cristiana hacia los enfermos y pobres llegó hasta causar admiración entre los paganos. Maravillosa fue la actuación de los cristianos en la peste de Corinto, año 250. El mismo Juliano el Apóstata (361-363) incitaba a los sacerdotes paganos a tener el celo de los “impíos galileos”. Paladio, historiador de los monjes del desierto egipcio, menciona cómo los anacoretas y cenobitas compartían sus bienes con los pobres y enfermos.

Desde el Edicto de Milán

Tras el edicto de Milán promulgado por los emperadores Constantino y Magencio (313), la Iglesia ya pudo crear instituciones algo especializadas. Con la aparición de los monasterios urbanos surgen las primeras Casas de la Caridad para el cuidado de enfermos y pobres: Nosocomios, para los enfermos; Gerontocomios, para los ancianos; Xenodoquios, para los peregrinos; orfanotropios, para huérfanos.

Fue la madre del emperador Constantino, Santa Elena, quien erigió los primeros hospitales bajo el signo del cristianismo. San Efren (337) fundó en Edesa uno para apestados. San Juan Crisóstomo (407) informa de otro para leprosos cerca de Constantinopla. En Roma se fundaron a principios del siglo V varios hospitales regentados por dirigentes espirituales de San Jerónimo: el de patricio Panmaquio; el de Santa Paula y su hija Eustaquia; el de Fabiola (400), hospital dividido en repartos según las distintas clases de enfermos.

Se asume la medicina de su época, la griega, valorando mucho los textos del Corpus Hipocraticum (460-370 a.C.), por su alto imperativo de la responsabilidad.

En el 325, el concilio de Nicea recomienda a los obispos la creación de un hospital en cada ciudad. Los emperadores bizantinos desde Justiniano (530) favorecieron esta iniciativa.

Fue San Basilio, el Gran legislador del monacato oriental, quien confió por primera vez a los monjes un cometido sanitario. Funda en el año 360, junto a su monasterio de Cesarea de Capadocia, un hospital bajo la advocación de San Lázaro, para atender especialmente a los leprosos. Su propia hermana Macrina creó otro.

En Occidente, la regla de San Benito da especial solicitud por los enfermos. Diseñaba con esmero la hospedería y enfermería. En los monateriso se crearon jardines botánicos y se dió una esmerada atención a la farmacopea.

Obispos, como San Agustín y San Paulino de Nola, tenían muy bien organizada en su diócesis la atención asistencial y pastoral a los enfermos. Papas como San Gregorio Magno fueron ejemplo exquisito de hospitalidad.

Pero poco a poco se va extendiendo que asocia, como en el Antiguo Testamento, enfermedad con pecado y castigo, que viene de San Basilio y que influirá mucho en la acción sanitaria de la Iglesia.

En la Edad Media

El concilio de Orleans (511) prescribió a los obispos reservar 1/4 de las rentas para sustentar a pobres, peregrinos y enfermos. Y amenazó con cesar a los obispos negligentes. Hincmar, arzobispo de Reims, recuerda a los obispos de la región que son gerentes y no propietarios de los bienes eclesiásticos, especialmente de la parte destinada a los pobres y enfermos. Llegó a llamar asesinos de los pobres (necator pauperum) a los obispos descuidantes de sus deberes de asistencia y solicitud pastoral y pedía a su clero que recibiesen pobres diariamente a su mesa, como llegaría a hacer Luis IX de Francia.

San Cesareo de Arlés, obispo-monje, fundó (512) un hospital junto a su catedral.

Los hospitales eran lugares religiosos. El cuidado de los enfermos era un culto a Dios (Cfr. Mt. 25,40). “Hotel Dieu” es el nombre significativo dado por el obispo Ladrio al hospital del siglo VII. La construcción hospitalaria resultará majestuosa, comparable a los templos.

Durante la Alta Edad Media no faltan los médicos seglares, como pervivencia de las instituciones y usos del imperio Romano. Pero pronto pasa la asistencia médica a manos de sacerdotes, tanto del clero regular (monjes) como secular (siglos VI-VII). Cassiodoro será el primer monje-médico de comienzos de la Edad Media, quien insistía: “Aprendan a conocer las plantas medicinales. Lean a Hipócrates, estudien a Galeno”. En la Baja Edad Media desaparece lentamente la figura del sacerdote médico con la fundación de facultades de medicina en las nacientes universidades (Bolonia, Paris, Oxford, Salamanca…) el arte de curar médico establecerá definitivamente su caracter secular. Inocencio III (1139) prohíbe a los sacerdotes la medicina. Bonifacio VIII (1302) reafirmará esta prohibición.

El incremento de las peregrinaciones impulsó aún más la hospitalidad, hasta en lugares inhóspitos como el caso de los monjes de San Bernardo o los hermanos de la Caridad de Ntra. Sra. de Roncesvalles (Pirineos). También colaboró la aparición de las epidemias, el desarrollo demográfico de las ciudades (burgos), la incipiente organización de la industria y comercio, las cruzados que conocieron la organización hospitalaria bizantina y el redescubrimiento de la Biblia y de Cristo pobre y enfermo.

Y luego vendrán desde el siglo XI las órdenes hospitalarias medievales. Todas las primeras Ordenes Militares tienen su origen en la fundación de un hospital para la asistencia a los peregrinos de Tierra Santa. Así surgen los hospitalarios de San Juan de Jerusalén (1048). Ordenes hospitalarias específicas fueron las Antonianos (1095), Hospitalarios del Santo Espíritu (1198, que en el siglo XV regentaban 1094 casos), los Crucíferos (1216), y los Caballeros de San Lázaro que llegaron a regentar más de 3000 leproserías.

También desde el siglo XII se multiplicaron por toda Europa las fraternidades hospitalarias, comunidades laicales mixtas que se fueron convirtiendo en verdaderas formas de vida religiosa hospitalaria. Muchos ilustres buenos samaritanos jalonan este siglo destacando la figura de San Roque (1295-1327) por su dedicación con los apestados.

Llegó un momento en que bienes económicos de los hospitales atrajeron la codicia de los laicos y clérigos. El concilio de Vienne (1311-1313) tuvo que intervenir drásticamente. En víspera del concilio de Trento (1545-1563) la situación hospitalaria se volvió caótica.

La primera institución hospitalaria psiquiátrica propiamente dicha fue creada en Valencia (España) en 1409 por el padre mercedario Fray Juan Gilabert Joffré quien desterró el tratamiento de tortura e impulsó la terapia ocupacional.

Desde el Renacimiento

En el siglo XVI empezó la preocupación de los estados por la acción sanitaria. La novedad del Renacimiento fueron los hospitales reales, municipales y gremiales que tuvieron éstos su origen en la Edad Media; y los creados por los nobles señores y por las asociaciones laicales de fieles como las “Compañías del divino amor” que levantaron muchos hospitales para los incurables. El campo sanitario estaba tan unido a la acción de la Iglesia que durante siglos lo consideró propio, de tal manera que cuando el estado comenzó a fundar instituciones hospitalarias la Iglesia lo vio como grave intromisión en sus funciones, directamente derivadas del precepto evangélico de la caridad. Esta “polémica de los pobres” del siglo XVI estuvo presente hasta en las deliberaciones del concilio tridentino.

La Iglesia, a través de nuevas Ordenes Hospitalarias, se orientó a aquellos sectores desatendidos por los poderes públicos como los enfermos mentales, incurables y apestados.

Surgen figuras destacables como San Juan de Dios (1495-1520) y San Camilo de Lellis (1550-1614), declarados por Leon XIII (1886) patronos de los enfermos, hospitales y trabajadores de la salud.

San Juan de Dios, de origen lusitano, actuó en España. Promovió admirablemente la asistencia a los más desvalidos especialmente a los enfermos mentales. Sus seguidores crearon muchos hospitales fundando el primero en tierras americanas en Cartagena de Indias (1596) y en filipinas (1617).

San Camilo, que eligió como distintivo la cruz roja (1586), humanizó, con su orden religiosa, la asistencia hospitalaria pública gravemente deteriorada. intervino ejemplarmente en tiempos de pestes. Escribió unas reglas para mejor atención al enfermo, promovió la formación de los asistentes, creó voluntariado de Laicos (1591), impulsó la atención domiciliaria y en los campos de batalla. Legó una mística de atención al enfermo: “Los enfermos son la pupila y el corazón de Dios” y promovió una atención asistencial-espiritual completa, privilegiando a los moribundos, en una época que se prestaba mucho para una teología dolorista y maniquea sobre el dolor. Abolió en favor de los derechos de los enfermos la cláusula que obligaba a los enfermos a confesarse antes de ser atendedidos. (1 Cfr. “San Camilo – con los que sufren” M. Bautista. Ed. San Pablo, pág. 147-149). Más de 130 religiosos camilos murieron apestados atendiendo a estos enfermos, siendo verdaderos mártires de la caridad.

En esta época de pestes sobresale San Luis Gonzaga, muerto en la peste de 1521 cuidando a los enfermos. En la peste de Milán, el cardenal san Carlos Borromeo atendió personalmente a los apestados y hasta envió su ropero y cama al hospital.

La acción hospitalaria se extendió por América. Un hospital se levantó en Santo Domingo. El mismo Hernán Cortés fundó uno en México. En Perú destacará San Martín de Porres (1579-1639), en su atención a los enfermos de todas razas.

En el siglo XVII surge una figura señera: San Vicente de Paul (1581-1660) Introducirá el concepto de justicia social, destacando las causas estructurales de la pobreza y enfermedad, despertando una conciencia social adormecida. San Vicente es un “arquitecto de la Iglesia moderna” (D. Rops). Con Santa Luisa de Marillac fundará la congregación de “las hijas de la caridad” que tendrían el hospital y los lugares de necesidad de los enfermos como convento.

Época Moderna

En el clima de la Ilustración, la Asamblea Constitucional francesa redacta la declaración de los derechos del hombre (1789), en la que por primera vez se proclama el derecho que todo hombre tiene a ser asistido en caso de enfermedad. Los gobiernos ilustrados considerarán humillantes para el hombre las “obras de misericordia”. Por ello, arrebatarán a la Iglesia y a las Ordenes Religiosas los bienes con que atendían a los pobres y enfermos. Empezaran a proyectar y ejecutar la política sanitaria. Pero no fueron capaces de solucionar ni la pobreza ni la enfermedad, de modo que los pobres fueron más numerosos y más pobres y los enfermos más desasistidos.

Es la consumación de la laicisismo en salud que se había gestado desde el renacimiento.

El siglo XIX es el siglo de la cuestión social. Con la encíclica Rerum Novarum de León XIII (1891) empezó el gran desplazamiento terminológico y de hecho de la Iglesia hacia la justicia y el desarrollo social, la promoción de la igualdad justicia, la liberación de los pobres… que comprometió a cientos de congregaciones religiosas y a laicos comprometidos hacia los más desatendidos: ancianos enfermos, mujeres trabajadoras, enfermos crónicos…  Los círculos católicos y obreros respondieron eficaz y cretivamente a una gran necesidad en salud.

En este siglo se fundaron más congregaciones que en toda la historia de la Iglesia, especialmente femeninas, con lo que propiamente puede hablarse de una feminización de la asistencia al enfermo, a la vez que se va incorporando la mujer laica a este servicio.

Surgirá la socialización de la acción sanitaria en una  sociedad pluralista, urbana, capitalista, secularizada y tecnificada. Después vendrán también tendencias neoliberales que piden una revisión del modelo sanitario con la supresión o reducción de la presencia estatal en favor de compañías privadas de salud.

La nueva presencia para la Iglesia en salud se lleva a cabo en el campo institucional (creación dirección de centros asistenciales propios), ministerial (servicios religiosos en instituciones hospitalarias), eclesial básica (parroquia, domicilio, etc.) y en el profesional. Los laicos ya son en salud la mayoría absoluta. Ha nacido un verdadero ministerio asistencial y pastoral cristiano laical. Ya la vida religiosa consagrada hospitalaria deja de ser la “manus longa” de la iglesia en la asistencia y pastoral de la salud.

La defensa de los derechos de los enfermos, la salud para todos, la lucha por la vida, la atención al moribundo, la presencia en la bioética y humanización, la atención a los nuevos marginados y la aceptación del derecho religioso del enfermo, son el desafío actual de toda la Iglesia.